El pasado 17 de septiembre, se cumplieron 38 años de la Muerte del fundador del Tecnológico de Monterrey, Don Eugenio Garza Sada; quien tenía como mística: "No repartas riquezas: reparte trabajo. Así elevarás el nivel de vida del pueblo."
Su vida familiar
Don Eugenio Garza Sada nació el 11 de enero de 1892. Su infancia coincidió con la primera etapa de la industrialización en México, en pleno porfiriato (1876 - 1910), época en que los inversionistas extranjeros introdujeron las tecnologías más modernas del momento.
Desde niño, con el ejemplo de su padre, recibió lecciones que después le resultarían fundamentales en su carrera profesional. Aprendió a convivir con el riesgo y los problemas. Asimiló las muestras de patriotismo, de servicio a la comunidad, de rectitud, de modestia, de exigencia personal y de severidad. Fue forjando, en definitiva, esa personalidad que iba a alcanzar tantos y tantos logros.
Cursó los estudios primarios en el Colegio de San Juan, en Saltillo, Coahuila. Pasó luego a Monterrey para estudiar en el Colegio Hidalgo, que estaba a cargo de los Hermanos Maristas. Hizo después la preparatoria en la Western Academy, una institución militar de Estados Unidos. En ese mismo país, en The Massachussets Institute of Technology, hizo sus estudios universitarios y obtuvo el título profesional de ingeniero civil, en 1916.
Su estancia en Estados Unidos le hizo tomar conciencia de que la educación resulta la vía más eficaz para lograr la industrialización y el desarrollo de un país, de la conexión existente entre investigación y ciencia, entre ciencia y tecnología, y entre éstas y el desarrollo, el bienestar y la libertad. Con esto se estaba estructurando su proyecto de vida.
En 1917 comenzó a trabajar en la Cervecería Cuauhtémoc. Cuando murió, casi 56 años después, en 1973, era el Presidente del Grupo Valores Industriales, S. A., (VISA) -que reunía a varias empresas- que se había formado en torno a la propia Cervecería.
Siempre tuvo un concepto muy claro de lo que es el trabajo. Detrás de cada máquina, de cada mesa, de cada ventanilla de servicio, veía al ser humano que las atendía. Así, su trato con sus colaboradores y empleados fue siempre amable y cercano y conservó la línea de austeridad y sencillez que marcó su juventud.
De él se dijo en una ocasión: "Para don Eugenio cada labor tenía la importancia suficiente como para otorgarle todo su ímpetu y capacidad a fin de que resultara perfecta. Cada asunto lo vivía intensamente y en cada actividad resumía toda su experiencia y su talento".
Dedicó un gran esfuerzo a la expansión de Monterrey, ciudad de la que tuvo una visión profética. Fue un incansable defensor de la empresa privada y de la libertad de emprender. Su liderazgo en Monterrey fue muy claro y fecundo, tanto en el campo de la empresa, como en los de la educación y la asistencia social.
Se casó en 1921 con doña Consuelo Lagüera Zambrano. De ese matrimonio nacieron 8 hijos quienes, junto con doña Consuelo, ocuparon siempre el primer lugar en las prioridades de don Eugenio.
Aun en medio de sus múltiples actividades como empresario y líder social, tenía tiempo de dedicarse a sus aficiones: la jardinería y la música. Sus hijos lo definieron como un hombre profundamente humano y sencillo, frugal en el comer y austero en el vestir.
Un grupo de guerrilleros terminó con la vida de don Eugenio el 17 de septiembre de 1973.
La vida, las obras y el ejemplo de don Eugenio Garza Sada representan un testimonio vigente para las futuras generaciones.
Su trabajo profesional
Su primer puesto en Cervecería Cuauhtémoc, en 1917, fue el de auxiliar del Departamento de Ventas. Esta fábrica había sido iniciada por su padre, don Isaac Garza, junto con otros empresarios de la época. Ahí fue ocupando, sucesivamente, puestos de mayor responsabilidad e importancia.
Desde sus primeros años de vida profesional, don Eugenio se dio cuenta de que el desarrollo era el único camino viable para México, lo que implicaba el mejoramiento de las personas y la integración de la patria, que en ese tiempo estaba dividida. Aunque la vida en México en los años 20 era especialmente dura, don Eugenio Garza Sada se mostró activo, eficaz, valiente y creativo ante las dificultades y encontró continuos retos e incentivos personales en la adversidad. Desde entonces, en las situaciones extremas, hizo gala de una enorme voluntad y capacidad.
El trabajo, según su pensamiento, conducía al hombre hacia la libertad y la cultura. Era, de acuerdo con lo anterior, un activo promotor del trabajo. Encontraba en él la razón de la dignidad humana y, por ello, era un trabajador incansable y feliz. Lo anterior, unido a su responsabilidad social, lo llevó a crear empleos para muchos mexicanos. Esa preocupación se reflejaba en sus palabras: "No repartas riquezas: reparte trabajo. Así elevarás el nivel de vida del pueblo." Este pensamiento se volvió en él algo más que una frase: llegó a ser su credo personal y su objetivo profesional.
En su labor profesional destacaron su capacidad administrativa y una excepcional capacidad para efectuar pronósticos y planes a largo plazo. Nunca se dio por vencido y supo crear las condiciones favorables a sus proyectos aun cuando fueran, en principio, adversas. Tuvo también la habilidad de hacer fácil lo difícil a través de la dedicación y la destreza. Entre quienes lo conocieron hay innumerables testimonios de su jovialidad.
Una de sus primeras muestras de interés por los trabajadores fueron los medios de comunicación interna fundados por él, que en ese tiempo constituían una novedad. Así fue como comenzó la publicación "El abanderado" y, posteriormente, la revista "Trabajo y ahorro", que desde 1918 se publica cada quince días y llega a las casas de todas las personas que trabajan en las empresas del Grupo. Ahí, el propio don Eugenio escribía regularmente mensajes para todos los trabajadores y empleados de las fábricas que dirigía.
Asimismo, don Eugenio definió el Ideario Cuauhtémoc, mucho antes de que en las empresas se hablara de códigos de ética o de enunciados de la misión. Este documento contiene 17 normas para la convivencia óptima de los integrantes de sus empresas. Entre esas normas destaca la de asegurarse de disfrutar el trabajo.
Durante sus años en la empresa, se fundó la Sociedad Cuauhtémoc y Famosa, que engloba a obreros, empleados y directivos. Quienes trabajan en las empresas del grupo reciben a través de esta sociedad muchas prestaciones de diversos tipos, entre las que destacaron, desde su inicio, los servicios de salud y los prestados en un gran centro de recreación construido especialmente para los miembros de esa sociedad. Con eso, don Eugenio se adelantaba a la creación del Instituto Mexicano del Seguro Social y a otras preocupaciones posteriores del gobierno de México.
Muy importante también en la trayectoria empresarial de don Eugenio fue la creación de la Colonia Cuauhtémoc, en 1957 -muchos años antes de la creación del Infonavit-, en un terreno de 40 hectáreas. Este proyecto fue el inicio de un amplio programa habitacional para los trabajadores de las empresas del grupo que dirigía don Eugenio Garza Sada.
En el ámbito de su preocupación social destaca también su apoyo al Hospicio León Ortigosa, que ha servido de hogar a niñas huérfanas durante muchos años.
Su relación con la educación
Don Eugenio Garza Sada fue un devoto impulsor de la educación. Creía firmemente en que el desarrollo humano conduciría a que México fuera un mejor país. Así, a través de la Sociedad Cuauhtémoc y Famosa, canalizó recursos muy importantes para la impartición de cursos y, sobre todo, para el otorgamiento de becas para los hijos de quienes trabajaban en las empresas afiliadas.
A los veintiséis años de trabajar en la Cervecería Cuauhtémoc, don Eugenio consideró impostergable la preparación de técnicos mexicanos y emprendió su obra más importante: el Tecnológico de Monterrey, auspiciado por Enseñanza e Investigación Superior, A. C. Para ello reunió a un grupo de empresarios regiomontanos y cristalizó la idea de crear una institución cuyo objetivo fuera formar integralmente -y no sólo como profesionistas bien calificados- a hombres y mujeres. Esta institución, concebida en la mente de don Eugenio, según se dice, desde 1917, comenzó modestamente en una casa del centro de Monterrey, en 1943, con 350 alumnos y unos cuantos profesores.
Don Eugenio dedicó gran parte de su tiempo a esta institución, siendo presidente del Consejo Directivo del Tecnológico desde 1943 hasta la fecha de su muerte.
Su trascendencia
Don Eugenio es un ejemplo permanente. Su preocupación por el desarrollo humano a través de la educación y del trabajo, así como por el mejoramiento del nivel de vida y de cultura de sus compatriotas, sigue vigente en las numerosas obras que emprendió, cuyos beneficios se multiplican en la actualidad gracias a que don Eugenio supo transmitir a muchas personas los valores que guiaron su vida.
La trascendencia de este gran hombre, industrial y humanista, es innegable e imperecedera.
Ideario de don Eugenio Garza Sada
Hablar de don Eugenio Garza Sada, es referirnos a un trabajador incansable, un hombre de pocas palabras y muy preciso en su decir. Don Eugenio se caracterizó por ser tanto un empresario de éxito, como un activo promotor del desarrollo de su comunidad, actuando siempre de manera congruente, con gran sencillez y enorme calidad humana, enfocado hacia la superación de quienes lo rodearon, sin distinción alguna.
Don Eugenio definió el Ideario Cuauhtémoc -conocido también como "Ideario de don Eugenio Garza Sada"- mucho antes de que en las empresas se hablara de códigos de ética o de enunciados de la misión. Este documento contiene 16 normas y conceptos personales, y fue distribuido entre sus compañeros de trabajo, con la petición de tenerlo en un lugar visible en sus oficinas, siendo él mismo el primero en poner el ejemplo. El Ideario permanece al día de hoy como un ejemplo de vida para las nuevas generaciones.
I. Reconocer el mérito en los demás. Por la parte que hayan tomado en el éxito de la empresa y señalarlo de manera espontánea, pronta y pública. Usurpar ese crédito, atribuirse a sí mismo méritos que corresponden a quienes trabajan a las órdenes propias, sería un acto innoble, segaría una fuente de afecto e incapacitaría para comportarse como corresponde a un ejecutivo. II. Controlar el temperamento. Debe tenerse capacidad para dirimir pacífica y razonablemente cualquier problema o situación, por irritantes que sean las provocaciones que haya que tolerar. Quien sea incapaz de dominar sus propios impulsos y expresiones, no puede actuar como director de una empresa. El verdadero ejecutivo abdica el derecho a la ira. III. Nunca hacer burla. De nadie ni de nada. Evitar las bromas hirientes o de doble sentido. Tener en cuenta que la herida que asesta un sarcasmo, nunca cicatriza. IV. Ser cortés. No protocolario, pero sí atento a que los demás encuentren gratos los momentos de la propia compañía. V. Ser tolerante. De las faltas que puedan encontrarse en la raza, color, modales, educación o idiosincrasia de los demás. VI. Ser puntual. Quien no puede guardar sus citas, muy pronto se constituirá en un estorbo. VII. Si uno es vanidoso, hay que ocultarlo. Como el secreto más íntimo. Un ejecutivo no puede exhibir arrogancia ni autocomplacencia. Cuántas veces los fracasos de hombres bien conocidos confirman el adagio de "el orgullo antecede a la caída". Cuando uno empiece a decir que otros empleados son torpes, o que los clientes son mezquinos o necios, habrá empezado a meterse en embrollos. VIII. No alterar la verdad. Lo que uno afirme, debe hacerlo reflexionando; y lo que prometa, debe cumplirlo. Las verdades a medias pueden ocultar errores, pero por poco tiempo. La mentira opera como un bumerang. IX. Dejar que los demás se explayen. Especialmente los colaboradores, hasta que lleguen al verdadero fondo del problema, aunque tenga que escuchárseles con paciencia durante una hora. Haría uno un pobre papel como director, si dominara una conversación en vez de limitarse a encauzarla. X. Expresarse concisamente. Con claridad y completamente, sobre todo al dar instrucciones. Nunca estorba un buen diccionario a mano. XI. Depurar el vocabulario. Eliminar las interjecciones. Las voces vulgares y los giros familiares debilitan la expresión y crean malentendidos. Para demoler verbalmente a sus enemigos, los grandes parlamentarios nunca emplearon una sola expresión vulgar. XII Asegurarse de disfrutar el trabajo. Es muy legítimo tener pasatiempos predilectos e intereses en otras cosas, pero si se estima como un sacrificio venir los sábados o quedarse en la oficina más allá del horario en caso preciso, entonces lo que se necesita es un descanso y otra compañía en donde trabajar. XIII. Reconocer el enorme valor del trabajador manual. Cuya productividad hace posible la posición directiva y afirma el futuro de ambos. XIV. Pensar en el interés del negocio más que en el propio. Es buena táctica. La fidelidad a la empresa promueve el propio beneficio. XV. Análisis por encima de la inspiración o de la intuición. Este debe ser el antecedente para actuar. XVI. La dedicación al trabajo. Beneficia al individuo, a la empresa y a la sociedad entera. En esto se asemeja a un sacerdocio. XVII. Ser modesto. Si no se comprende que nada tienen que ver con el valor de la persona -el tamaño del automóvil o de la casa, o el número de amigos y de los clubes a que se pertenece, o el precio del abrigo de pieles de la esposa y el rótulo de la puerta del despacho- y si estas cosas significan para uno más que la tarea bien y calladamente cumplida y los conocimientos y el refinamiento espiritual para adquirirlos, entonces se precisa un cambio de actitud o de trabajo.
Fuente; Página del Tecnológico de Monterrey / Nosotros / Qué es el Tecnológico de Monterrey